sábado, 22 de marzo de 2014

La doble invención


I

La conocí por casualidad, por esas cosas que pasan con regularidad. Caminaba por Isola di S. Pietro; el cielo permanecía nublado, siempre me pareció que los días grises estaban rodeados por una magia terrible, un sin fin de melancolías que podías percibir en las hojas de los árboles, en el ir y venir del agua, en el silbido del viento. Me detuve justo en un puente que cruza el Rio di Quintavalle, me quedé mirando a los pasantes, a los turistas que fotografiaban todo a su alrededor. El humo de mi cigarrillo también, como las hojas, el viento y el agua, me traía un poco de esa magia. Pensaba en unos versos que iban algo así como: <<Creo que soy porque te invento…>>. Y entonces la vi, detrás de dos holandeses que se besaban, estaba ella; mirando todo a su alrededor con un caleidoscopio, quien sabe; a lo mejor para ella la vista de Venecia ya era muy aburrida, tendría que volverlo a inventarlo todo, las casas, los balcones, las macetas de flores violetas, el clima, la melancolía. Habría que inventar una ciudad de triángulos y figuras al estilo de la curva de Koch, tal vez ella querría ver todo a través de tres espejos o dos, o solo mirar los círculos de colores que se volvían ventanas o puertas, o balsas o turistas. O su objetivo era algo más simple, inventarse a ella misma. Pasó debajo del puente, la alcancé al otro lado, ya tan solo podía admirar su espalda y su cabello negro. Probablemente me había mirado con el caleidoscopio. Y me vio hecho colores, hecho humo, hecho recuerdos, no pedazos, digamos que me vio hecho triángulos y luces fluorescentes, digamos que me vio, no hecho pedazos, sino hecho recuerdos; hecho nada.

II

Qué hermoso era saber que estabas… y que durabas, eras más que el tiempo. Acabé de cruzar el puente, bajé por la Riva d. Partigiani para poder alcanzarla, así pase algunos minutos, caminando, siendo el perseguidor de un recuerdo húmedo; porque como pasaba el tiempo y ella se alejaba de mi vista, su rostro iba difuminándose. Entre esto de las invenciones y la persecución comencé a pensar sobre que habría que inventar un lenguaje nuevo, que tendría que reinventarme junto a mis cigarrillos, y a mi chaqueta, y tal vez tendría que inventar el beso, el abrazo, el adiós. Si para cuando la balsa se detuviera, y ella bajará con el caleidoscopio en el ojo izquierdo, sostenido por la mano derecha –porque así son las invenciones, no tienen sentido, hasta que uno se los encuentra- yo no había inventado una plática habría sido un fracaso, una caminata sin sentido alguno de haber sido. De pronto me di cuenta que me había detenido y estaba fumando el ultimo cigarrillo de la cajetilla. Ella estaba bajado, poniendo sus pies sobre una superficie nueva, que no era esta ni la calle de enfrente, era otra, una más nueva y más negra. El cielo iba entristeciendo más, la seguí otras cuantas calles, la vi entrar a un cafetín de la Marinaressa. Se sentó en la terraza, pidió un capuchino y un cenicero. Me limité a mirar, busqué la cajetilla para tomar otro cigarro pero mis manos solo encontraron un vació dentro del pedacito de cartón. Lo que pasó fue lo siguiente, con la misma precisión que lo describo: Disolvió tres cubos de azúcar en su bebida, saco una hoja de papel a la que le prendió fuego y dejo morir en el cenicero. Pidió un vaso de agua, le dio un trago al capuchino y lo dejo de nuevo en la mesa, estiro sus manos, cerró los ojos, sonrió. Puso dentro del vaso de agua el caleidoscopio, el líquido corrió por toda la mesa, le dio otro sorbo al capuchino, lo encontró muy dulce. Dejo unos cuantos centavos sobre la mesa, y una libreta roja. Salió del café y se me perdió entre las personas de aquí y allá. Me acerqué y tomé la libreta ante la mirada pesada de algunas personas. Me perdí entre la gente de aquí y allá.

III

Otro día amaneció. La libreta roja estaba frente a mí, mirándome con el lomo. La curiosidad mato al gato, pensé; y empecé a leerla. “Día 189 de 365: ¿Por qué mis pómulos son tan grandes?”,  arriba de esta descripción una foto de la mujer del café de la Marinaressa. “Venecia es como comerse de golpe una caja entera de bombones de licor”, otra foto. “He descubierto que si reemplazas el claxon y los gritos escuchando Schubert o Teleman la ciudad se vuelve insoportablemente hermosa”; una foto más. Era parecido a la bitácora de un poeta, fotos y fotos de la misma mujer, cada una como un pedazo de ella que regalaba a un desconocido cualquiera, porque lo mismo pude haber sido yo, o el mesero, o el hombre de la mesa de alado. Era un regalo, tal vez el motivo estaba frente a mí, era simple, sencillo, directo. Tenía que inventarla con cada pensamiento, y era como un deja vu << Creo que soy porque te invento…>> Tenía que inventarla para existir, cada foto, cada rostro era diferente, en la siguiente página podría ser quien yo quisiera, la mujer del cafetín de la Marinaressa o la joven del caleidoscopio en el ojo izquierdo. Así pasaba la mujer del cafetín de la nada a la completa existencia, era como un proceso cíclico: yo existía porque la inventaba, y ella existía porque la inventaba.

“No te voy a cansar con más poemas,
Digamos que te dije
Nubes, tijeras, barriletes, lápices,
Y acaso alguna vez
Te sonreíste.”

Y una foto de ella, sosteniendo su cabello. Sonriendo. Con unos labios rojísimos.

Era cierto, lo era porque el simple de hecho de pensar en un sacapuntas, en un lápiz de color amarillo, en un clip, en unas puntillas; era como si uno pensara en el capuchino, en la psicología analítica de Jung o en el intrínseco mundo astral que supone que todo tiene una causa y un efecto. Uno sonríe porque es cierto, porque es absurdo pensar en cosas tan complicadas, cuando uno puede decir: parangaricutirimicuaro, y reírse porque todo eso sigue sin tener sentido.

IV

“Paso mis tardes así, pintando árboles con gises”, y detuve mi lectura fotográfica. Era algo demente, saber que ella probablemente a esta hora, estaba ahí en alguna pieza junto al Dársena, pintando las paredes con árboles gigantes, que mañana ya no estarían, que desaparecerían con un chorro de agua, con el paso de las manos de los niños del orfelinato. Era eso, lo efímero de la eternidad, porque lo mismo era dibujar un árbol o una catedral; desaparecerían. Entonces me di cuenta de la subjetividad del tiempo, que un minuto puede ser una vida, y una vida puede durar un minuto. Me preguntaba frente al espejo que si ¿Vos también sos de tiza?; efímera y eterna ante el pensamiento de un millón de moléculas, que vendrían siendo; estos pies, estas manos, estos ojos. Quien sabe, si uno pinta una rayuela en el suelo y salta. Uno, dos, tres, al cielo y de regreso. Y al día siguiente ya no está, ya se fue, así serían todas las cosas hermosas, el cielo, un árbol, la mujer del café de la Marinaressa. Tal vez todo está hecho de tiza, y la muerte no sea nada más que ese chorro de agua, esas manos. Lo efímero de la eternidad, la subjetividad del tiempo. Un saca puntas, un bolígrafo. Sonríe.

V

Entre pensamientos pasaron las semanas, los días grises y la magia. Volví al café y volví a verla, sentada en la terraza, con un capuchino al que probablemente le disolvió tres cubos de azúcar. Pero esta vez entré al café, me senté en una mesa junto a ella y prendí un cigarrillo. Distantes, ella no sabía que yo la había inventado mil y un veces entre las cuatro paredes de mi habitación, ella no sabía que me había inventado a mi mil y un veces más dentro de las cincuenta y ocho páginas de la libreta roja. Entonces prendió un cigarrillo, y exclamaba:

−Se me escapa la vida, y sacaba el humo despacito.

Me dirigí hacia ella, y como había que inventar una conversación extraña, pero totalmente inteligible para dos personas como nosotros le dije:

− ¿Fumas?, sabiendo yo que sí, pues tenía el cigarrillo entre los labios.


−Sólo en las tardes de lluvia, contesto.



lunes, 17 de marzo de 2014

Cielito

Johnny, Johnny, Johnny…Miraba el techo, desnudo; bajo el frío de una sábana rosada. Los ojos en blanco, sin pensamientos; sin interrupciones absurdas. Miraba el cielo entre café y beige, descarapelado por el tiempo…Un cielo que caía sobre él, ¿O era él el que caía sobre el cielo? ¿Eran pedazos de cielo o pedazos de Johnny? Un brazo frágil salía de un costado suyo, rodeando su torso. Era como un recuerdo hermosísimo aferrándose a un pedazo de carne olvidada. Era un delicado lazo que salía de entre las cenizas de las almohadas y cobijas. Apenas y se escuchaba su respiración que parecía debilitarse poco a poco; la sabana palpitaba con la respiración del hermosísimo recuerdo. Se podría decir que ambos formaban un corazón enorme, que vivía y que moría. Rojísimo por cierto. Él seguía como buscando estrellas entre las grietas del techo, del cielo no tan hermosísimo. Y se escuchaban pequeños golpes, como un tic tac, como un cu-cu, como un pajarito atorado entre las vigas. Johnny seguía sin moverse, después claro que se movió para alcanzar un tabaco que prendió entre sus labios. Y la habitación del hotel ya iba tomando forma de lo que tuvo que ser desde un principio. Un paraíso. De pronto el foco parpadeante, se convertía en un sol radiante que iba cubriéndose por enormes nubes de diferentes formas. Y ahí estaba Johnny junto a su recuerdo hermosísimo tratando de descifrarlas. Un perro, un gorrión, una taza de té, una rueda de la fortuna. Todo esto se lo imaginaba, una parte de él tenía que creer en estas cosas tan infantiles: en globos y parques, en zoológicos y algodones de azúcar. Una parte de él tenía que seguir creyendo en el cielito gris y raso que cubría sus cuerpos desnudos. Alguien tenía que pensar en Johnny porque el ergo exige un pensamiento. Aunque sea una tontería, alguien (Johnny en persona) tenía que seguir creyendo que el cielo existe, que no es un engaño. Alguien tenía que creer que se puede saltar o caer en el.

El pensamiento, ergo; que suscitaba Johnny a esas horas de la madrugada junto a su recuerdo hermosísimo era algo como <<Si no hubiese fuerza de gravedad, nos tiraríamos a las estrellas>> Seguramente querría desaparecer en ese cielito tan bonito, tan humeante, tan alquitrán, tan amonio; porque entrar a ese cielo significaría, muy seguramente o tal vez, la muerte. Y ahora el cielo se convierte en un espejo de nubes y soles –ya no tan radiantes− y Johnny miraba su reflejo por primera vez. La miraba. Su mano, inmóvil, rodeando su torso. Y era solo un pedazo de ella la que lo hacía imaginar profundos acertijos. Pensaba en la fragilidad de los reflejos también, en como una simple ráfaga de olvido se llevaría hasta la última imagen del hermosísimo recuerdo. Se asustó enormemente de pensar que al abrir una ventana o que al dejar pasar el tiempo el humo-del-recuerdo se escaparía como para siempre. Entonces Johnny se puso a fumar y a fumar. Y la habitación parecía un incendio, una llamarada de memorias incompletas. El corazón iba latiendo menos y menos, un cigarrillo más un latido menos. El hermosísimo recuerdo se quedaba sin aire. El cielo la aplastaba entre tanta nube y tanto recuerdo, la mano se aflojo y cayó un poco hacia el abdomen de Johnny que seguía fumando, mirando al cielo que era un gran espejo. La luz parpadeaba con más intensidad. La cajetilla se quedó sin municiones. Pero ese cuarto de motel ya no era una habitación rentada, era más como un  Edén; con un Adán y una Eva. Y un Dios escondido entre el techo descarapelado que lo veía todo. Un Dios que Johnny seguramente había inventado también. El tiempo pasó, el humo se escapaba, ya no había más cigarrillos, ya no había más soles, no más nubes, no más recuerdos. Una ventana abierta. Afuera llovía y dentro de la habitación se sentía el frío. Solo quedaba un techo entre café y beige, un foco parpadeante. Y fue cuando el hermosísimo recuerdo despertó de su desmayo y miro a Johnny con unos ojos muy tristes.

−Vos volviste a fumar ¿Cierto?, lo habías prometido.

−Y vos lo volviste hacer de nuevo…

− Que tonterías decis.

−Vos lo volviste a hacer de nuevo. Volviste a aparecerte en el cielito del techo, vos te enojas conmigo porque fumo, pero no es el cigarrillo lo que va a matarme. Es ese estúpido cielo en el que te paseas. Sos vos la que va a matarme.

− ¿Y eso es tan malo?



Entonces Jonnhy entendio que el hermosisimo recuerdo era como un cigarrillo. Un recuerdo que se quemaba. Que se esfumaba con la ventana abierta.

sábado, 15 de marzo de 2014

Sobre la anti-paradoja que supone la lectura de La vuelta al día en ochenta mundos

La vuelta al día en ochenta mundos es una grandísima metáfora de 193 páginas.  Que supone cosas tan absurdas como Con legítimo orgullo, La vuelta al piano de Thelonious Monk y otras tantas un poco más serias como Encuentros a deshoras. Es un libro que se lee en reversa, en el que todo empieza a girar en torno a un solo día, en torno a una sola persona. Un número uno, que como cuenta Lacan; se regocija de ser impar al igual que Dios. Y entonces de un cuento a otro aparecen recuerdos. Como la lectura contrapone las ideas, y uno no lee al libro, sino que el libro lo lee a uno. Evoca un  recuerdo simple, que te lleva a la lectura de El derecho al delirio de Eduardo Galeano. Entonces me hace pensar que los libros nos leen; que se aburren de nosotros y nos guardan en bibliotecas enormes, nos apilan como objetos, como si estuvieramos llenos de páginas y tinta. Pero no bastarían unas cuantas bibliotecas. Los libros empezarían por apilarnos en los bordes de las naciones; así se crearían enormes murallas humanas. Y si el televisor nos mira, y el periódico nos anuncia, y si el automóvil nos conduce, y si la comida nos come, y si las escaleras nos suben, y el mundo nos recorre, y el reloj nos da cuerda. Nos convertimos en objetos de objetos. Esclavos de todo lo que hemos creado. Es cierto que todo, cada uno de los ochenta mundos, me llevan a una continuidad casi insoportable, el encuentro a deshora que sin buscarlo; llega. Te encuentro encerrada entre cada párrafo, cada vocal y cada diptongo que propone la lectura de Rayuela. Y como el día es una gran metáfora envuelta por un sistema en reversa, que nos lleva a deducir que en cualquier momento caeremos entre el asfalto, a lo negro del piso, de un lugar que nos sume y nos anula, como un número negativo y uno positivo. Digamos que nos volvemos sombra de nuestra sombra. El anti-humano del que somos antecesores. Y en ese momento cuidado con pensar mucho en una persona, porque los recuerdos también se devalúan. Quién sabe si un día me levanto; suponiendo que puedo hacerlo, y ya se me allá olvidado esa promesa que rompiste, que vos te quitaste la pulserita, que vos me hiciste suponer que ya no me querías más. Quién sabe si un día de estos me caigo, y con esa caída tu recuerdo se pierde. Quién sabe, como podría alguien saberlo, si un día yo voy caminando, con un globo y una flor, para una novia o para un vagabundo y te encuentre de frente y me mires y yo no. Y te acuerdes de aquella vez que nos tomamos de la mano y yo seguramente ya no me acuerde ni siquiera de ti. Que harías si en ese momento te duele la muñeca, el recuerdo de una promesa rota, Que tal si de pronto yo sigo calle abajo y tú te quedas estupefacta ante el horror del olvido. Serías una historia tristísima que seguramente ningún libro leería; serías apilada, tal vez entre la frontera de Bruselas, de la Argentina de Cortázar. Y vas quedarte ahí olvidada, empolvada, de vez en cuando servirás para detener una puerta averiada, pero nada más. I love you my love but


Pero claro que te acordaras, y te acordaras de que vos me mentiste sobre aquel encuentro fortuito con alguno de tus amantes de antaño. Te acordaras de los ochenta mundos, del día, del piano, de los cronopios, de los famas, de los esperanzas. Te acordaras de la grandísima metáfora que supone la lectura de La vuelta al día en ochenta mundos. Yo sé que lo harás, porque desde ahora, cada vez que mire la hora, que suba las escaleras de mi cuarto, que beba un poco de sangre de Creta. Sabré que eres una historia tristísima que anda por ahí apilada, deteniendo una puerta averiada,  entre Brúcelas y la Argentina de Cortázar. I love you my love but… el tiempo devalúa los recuerdos. 

jueves, 6 de marzo de 2014

¿Encontraría a la Maga?







¿Encontraría a la Maga? La encontraría en sus zapatos rojos o en su blusón blanco. La encontraría aquí, allá, en los capítulos imprescindibles. La encontraría en la libreta que le regale. En verdad encontraría a la Maga en los abrigos, en los libros, en los puentes. Encontraría a la Maga dentro o fuera, o jugando al no ser, o en una caja de cerillos; en una cajetilla vacía. En un plato vacío. El vació. Encontraría a la Maga en la iglesia, pidiendo por Rocamadur o tal vez por nosotros. Paradójicamente la Maga sos vos, porque tenes el mismo cabello (quiero imaginar), porque tenes la misma delicadeza (quiero imaginar), porque sos cielo (quiero imaginar), porque tenes esa sonrisa, porque te vas y no vuelves. Tendrías que ser la Maga, aquella del paraguas, del infinito deseo por la literatura. Y vos tenes que ser una mujer completísima, porque a vos no le falta nada, tenes a Rocamadur, me tenes a mí, tenes unos zapatos rotos, una sonrisita. Tenes una pieza donde vivir, tenes mi amor que a vos le debe de bastar. Y tenes un beso atorado entre los labios. Encontraría a la Maga si bajo por el arco de que da al Quai de Conti. Sí la busco en las siluetas del alumbrado público. Encontraría a la Maga verdaderamente encontraría a la Maga si cierro los ojos, si te digo vaca. Vos te aparecerías si de pronto, no sé. Yo cruzo la calle, subo las escaleras del puente, doy vuelta en la esquina. ¿Encontraría a la Maga?

II

Esa luz es tan usted, algo que viene y que va, que se mueve todo el tiempo. Como un átomo así pequeñísimo, vibrante. Y tenes que ser la Maga, porque a vos voy a odiarla tanto (Y esto no lo voy a imaginar); tenes que ser la Maga…tenes que morir también. Tenes que desaparecer en las últimas páginas de un libro. ¿Encontraría a la Maga?

miércoles, 5 de marzo de 2014

Rayuela




I
Miro tu cuello perdidamente. Busco tu cuello cuando estas distraída. Ya no tenes la pulsera, el dije de corazón. Ya no tenes mi recuerdo en tu pequeño cuerpecito. Hace frío a cada rato, y los cigarrillos me matan; ahora es más evidente que nunca. Me muero. El hecho que me tiene consternado es que todo el mundo también está muriendo.  Y será porque no estas o porque hace mucho sol, o mucho gas invernadero, o poca capa de ozono, o muchas guerras o mucha nada. Es el hecho de que no hay nada y cada vez esto se acentúa más. Y cada nada tiene un algo. Un fragmento de ti, una margarita, un tinto, un bife. Nos morimos…

II
Miro tus ojos, y siempre tan enigmáticos, siempre tan asquerosamente divinos. Miro las pupilas, miro el iris, miro el infinito. Siempre tus ojos me han causado hacerme tantas preguntas. Preguntas al estilo de ¿Qué pesa más un kilo de plomo o un kilo de plumas?; y es tan obvio y tan estúpido. Pero es que vos tenes unos ojos tan pupilas, tan poesía, tan desgarradoramente bellos. Infatuación del pensamiento. Regresar al punto de partida, al pestañeo cero y así a la vista y a un objeto y a un trayecto y a una colisión y  a un color. Regresar siempre; por siempre y para todos lados. Miro tu rostro, tus ojos tan humanos, me miro. Como un espejo redondito…nos miramos.

III

Recojo las páginas escritas, las no escritas. Los poemas, los cuentos, las novelas, las rayuelas. Vos sabés de todo, sabés de Borges, de Bioy Casares. Sabés de patafisica y de lavandería. Sabés incluso la manera más tierna de recoger margaritas. Sabés que te miro cuando te descuidas, sabés que yo sé que ya no has de querer más. Sabes de Spinoza, del todo y de la nada. Sabes a ciencia cierta que vos sigues siendo una Rayuela. Un cielo: uno, dos, tres, cuatro…una piedra, colores, tiza. Una calle. 55 Rayuelas. La rue de Seine, la casual presencia de una casualidad perfectamente planeada. Claramente, deducirás que aquí jamás se deja de pensar en vos. Porque vos sos cielo… una piedra, un uno, un dos, un tres. La punta del zapato, la risa. Tú olvidas, yo olvido, nosotros olvidamos y se olvida que para llegar al Cielo se necesitan, como ingredientes, una piedrita y la punta de un zapato.

martes, 4 de marzo de 2014

Sobre el anti-pensamiento de los cines.


I
Recuerdo la película de Albert Hitchcok que miramos en la sala de tu apartamento. Los pájaros eran como recuerdos asesinos que caían del cielo. Recuerdo el horror, la mala calidad, el olor a mantequilla del maíz, la chimenea encendida, tu mano sobre mi mano, tus ojos sobre mi mano, mis ojos sobre tu mano. Estábamos amarrados el uno con el otro. Y mientras en la película todos se morían, todos gritaban. Y nosotros ahí, mirando a los pájaros que eran como recuerdos asesinos que caían del cielo.

II
Otro día no me acorde, pero trate de encontrar algo que ver en el cinema. Una mujer se sentó a un lado mío en la función de las trece. No dejaba de mover las manos, seguramente le daba miedo la cara del hombre de enfrente. Les digo; ese hombre si parecía un asesino. Y no dejaba de mover la cabeza. Entre tantos movimientos perdí la concentración y comencé a pensar sobre la oscilación del péndulo de Focault. Pensaba en como la tierra se mueve y nos mueve junto con ella, pero será que nosotros tal vez movemos a la tierra. Y este mundo mueve al sistema solar y así en consecuencia la rotación del cosmos sería un sistema en reversa.

III
Si  de la noche a la mañana todo se invirtiera y empezáramos a ser más jóvenes cada día, y si sale la noche por el alba y el día llega al morir la tarde. Y si de pronto los hombres de la tierra comienzan a caminar en reversa, y los días del calendario se fueran reinventado. Llegaría un punto en el que ya habremos dado la vuelta al mundo en tal vez ochenta noches porque el día sería inservible. Llegaría un momento en el que el tiempo se acabe y empiece un nuevo calendario con números negativos. Digamos que después del Antes de Cristo viene el menos uno, el menos dos, el menos tres y así sucesivamente. Entonces se crearían una especie de anti meses, anti años, anti días, anti hombres, debería existir un anti Dios. Una anti historia del hombre y por lo tanto  se crearía un anti hombre. Y supongo viene un anti Bing Bang en el que no se destruye sino se construye. Y entonces empezaría una involución al sentido contrario de las agujas del reloj. Pero como todo sigue hacia atrás el mundo comenzaría a contraerse hasta volverse una especie de infinito negativo.

IV
Me imagino al anti hombre como un tipo de súper hombre. Capaz de remendar catástrofes inmensurables. Y no hay holocausto, hay un tipo de reunión; grandísima, donde judíos y nazis bailarían con júbilo. Y tal vez no queman libros, queman armas y tal vez no es fascismo es alegría. Y tal vez es anti poesía y anti metafísica.  La bomba nuclear que será elaborada con una especie de anti uranio-235, siendo este no radioactivo. Entonces la bomba caerá en un poblado y una luz iluminara todo el firmamento. Imagino que el anti uranio-235 al contrario del uranio común y corriente no empezaría a desaparecer vida, sino ha aparecer. Y por obra del anti espíritu y la anti ciencia todos los desparecidos de la historia comienzan a aparecer por todos lados. La película acaba y yo sigo mirando el vacío, hipnotizado por los movimientos que dejaron de existir hace unos diez minutos.

V
Hace tiempo, tanto tiempo que ya no me acuerdo. Y me queda la mitad de un boleto, algunos recuerdos, algunos cigarrillos. El recuerdo que más cuido es aquel de la película de Hitchcock, será porque todo ocurre de un modo muy extraño, y será también porque estábamos atados y será también porque los recuerdos son como pájaros asesinos que caen del cielo. Y será porque quiero que todo retroceda, y será porque querré detenerme en ese momento exacto, en donde iniciaste la película y te sentaste a un lado mío. Pero hace tiempo y frío; y vida. Y muerte, hace tanto…y las cenizas vuelan.

sábado, 1 de marzo de 2014

El beso

I
El beso es un acto. Una caricia húmeda, una muerte suculenta, un misterio como los Cortázar y las Pizarnik. Es un paraíso para el otro un infierno para el tercero. Un beso es y será por los siglos de los siglos un arma de doble filo. Recuerdo tu boca, tus dientes, tu nariz que chocaba contra mi rostro, tu olor a tabaco, a flor marchita.

II
Me regalaste un libro que aún no acabo, no acabo, ni de entender ni de leer. Es una novela en donde no hay besos. La gente se muere y hablan de la realidad, del tiempo, del jazz, del clima, de lo bueno que está el mate. En la novela no hay besos, hay setecientas páginas y diez fotos de calles de París.

III
La primera vez que nos besamos fue hace tiempo. Y te veías tan bonita con los ojos cerrados y las manos juntitas en tu pecho, y el cabello arreglado con una coleta. Un beso que desafío las leyes de la patafísica. Porque yo estaba allí frente a ti y tú estabas frente a mí pero al mismo tiempo estábamos por todos lados. Estabas en mis manos, en mis pies, en el bolsillo de mi saco, en el nudo de mi corbata. Y yo también estaba.

IV

Rocé tu boca con mis manos, apenas y sentí la humedad, las salivas que se estaban acabando de mezclar. Porque el beso es como un tipo de mutación, porque el beso une el ADN, el cuerpo imaginario y deja a los cuerpos aturdidos. Uno adentro del otro.

You so beautiful but you gotta die some day

I
Los papeles borroneados eran una especie de carta. Y esto debe ser cierto, y lo será porque no me queda nada sobre ti, me queda una carta que no entiendo, una pestaña en el pulgar, me quedan cosas tan banales e insignificantes: un encendedor, una pipa y un poco de tabaco. Me queda este ojo y el otro, y unos cuantos recuerdos rotos y este pajarito que recogimos un día en el parque a medio día. A veces canta por las mañanas, mueve las alas pero no vuela, no quiere volar. Yo escribí un poema sobre la jaula del pájaro, y fumé un cigarrillo y tome el té con Doña Lupita. Me leyó las cartas, me hablo de fortuna, un accidente, un muerto. También hablo del té, de los cubos de azúcar, del humo del tabaco. De Nietzsche y de ti.

II
El otro día encontré al pájaro en el suelo, con el ala derecha rota, estaba acurrucado en una esquina del piso, entre las paredes del cuarto que compartimos, estaba como atrapado entre el color rojo. Me senté en el piso, lo mire y el me miraba con miedo. Los dos, sin saberlo a ciencia cierta –porque él es un animal y yo…- estábamos heridos del ala o la costilla izquierda. Pobrecito que ya no canta, ya no come, ya no mueve las alas. Escribí un poema sobre el hambre. Pensé en ti.

III
Ayer enterré al pajarito en una maceta con un cactus; cubrí sus alas rojas con un poco de tierra, no aguante las nauseas y tire un gran vomito por el balcón. A las dos semanas el cactus tenía dos grandes flores violetas, y con una tijeras se las corte, te hice un collar. A veces duermo y sueño que el pajarito se levanta de su tumba bien improvisada y se pone a volar. Escribí sobre los sueños, y sobre los pájaros. Sabías que existe un ave llamada Yal austral que habita los cielos de Chile. Supongo que sí, supongo que sabes de pájaros y de tristezas, de cosas así; que van y vienen.

VI
La casa está sola, la jaula está sola, las calles están solas. ¿Los árboles se sentirán tristes cuando pierden sus hojas? Perdí la cuenta de los días que llevo solo. Todos los días sueño con el pajarito muerto, con el Yal austral. Y entonces me imagino que todas esas aves son como una especie de recordatorio. Como las armas, los libros y la música. Tú me decías que el pajarito no tenía oportunidad, que se iba a morir de todas formas. Lo recogiéramos o no tú ya le habías quitado la esperanza. En cierto modo, la muerte del ave, la jaula vacía, el ala rota, la tumba improvisada, las flores violetas, el collar, el té, el mate y el cigarrillo, en cierto modo son pequeñas formas abstractas que se diluyen en un vaso de aguamiel. Son precisamente eso que viene después del suicidio. Todo lo relacionado contigo, es, ciertamente, una muerte lentísima, con un desfile de pajaritos rojos y flores violetas. Y amores y tumbas improvisadas.

V
Tal vez, yo me pondre a cantar: You so beautiful but you gotta die some day. El pájaro y tú. La jaula y tus manos, el sexo y el tabaco. La noche... You so beautiful but you gotta die some day.