domingo, 24 de noviembre de 2013

El Reino de los Cielos

Vicente esta sentado en una estación de autobuses, con una maleta desgastada a un costado suyo. Tiene los ojos cerrados, el sudor corre por su cara, con frecuencia llega a sus labios y él lo saborea con disgusto. El sol se mantiene impetuoso a lo alto, el calor golpea con fuerza los cuerpos morenos de todas las personas que se encuentran en aquella estación, hace tanro calor como en cualquier otra ciudad del Caribe. Del cuello chamuscado por el calor a Vicente le cuelga un rosario de una madera casi podrida, sobre la cruz un Jesucristo muy borroso se alcanza a ver, aunque la figura en general no esta en el mejor estado; los gestos de agonía están perfectamente marcados en el rostro de aquel hombre santo. Vicente se pone a rezar un padre nuestro a murmullos mientras de fondo una voz cortante anuncia: "Pasajeros con destino a Santo Domingo abordar por la puerta doce..."

Vicente abre los ojos, poco a poco su vista se reincorpora, observa todo lo que por algunos minutos se perdió. Todo parece ocurrir en cámara lenta, las personas, los autobuses, los niños con sus madres, las familias despidiendo a sus familiares, todo, absolutamente todo parecía ocurrir de manera significativamente lenta. Toma la maleta del suelo, camina en línea recta por algunos minutos. Se detiene de golpe frente a un autobús de color rojo y plata, le entrega su maleta a una mujer de ojos verdes, que al igual que él lleva la camisa mojada por el calor. Vicente sube, se sienta en el primer asiento que ve vacío. Después de un tiempo el bus arranca en silencio, más tarde deja la ciudad y las casas son remplazadas por grandes paisajes tropicales. De pronto el sueño de Vicente se ve deslumbrado por un gran rayo de sol que atraviesa el vidrio sin dificultades como una bala disparada al cuerpo desnudo de una mujer, o como la mirada fulminante de un creador que trata de llamar la atención.  Por esto se ve obligado a abrir los ojos para encontrarse con un rayo amarillento que se volvía líquido, escurriendose por su cuerpo, para finalmente, llenarle la cara de un dorado ardiente. Los ojos de Vicente quedan atónitos ante la presencia de un cielo despejado y azulado,observa nubes tan blancas y tangibles que parecíeran estar a pocos metros de su cabeza. 

Más y más nubes pasaban entre las pupilas de Vicente; pero conforme pasa el tiempo estas se vuelven más grandes; parecen asemejarse ha explosiones enormes, como las que a diario se ven en las noticias en los países de Oriente.  Por un momento se imagina que el paraíso se encuentra en guerra; entonces se pregunta: ¿Y si las nubes fueran el rastro de las grandes hecatombes que estallan en el cielo a causa de la guerra? Vicente ve pasar por su cabeza las crueles imágenes de ángeles pulverizados, de vírgenes ensangrentadas y palacios en llamas. Para volverse a preguntar: ¿Y si el cielo se ha vuelto loco? ¿Y si el Dios que él conocía se ha vuelto un tirano? ¿Y si el infierno esta en el cielo? Que pasa si el cielo esta en guerra,  si los ángeles son soldados y los hombres santos se han vuelto políticos cobardes, y que psaría si el divino espíritu santo se ha vuelto un sistema capitalista lleno de desperfectos e injusticias sociales, y si la palabra de Dios es la culpable de todo ¿Que pasaría? ¿Pero si el cielo esta en guerra a dónde van las almas que suplican entrar al Reino de los Cielos?. Y si la lluvia es la inmortalidad que se escapa a chorros del paraíso. Y qué pasa si las calles se inundan de la sangre derramada por ángeles y almas que luchan por la libertad. Que pasa si los truenos son el fatídico destello de miles de armas nucleares que explotan al unisono en el cielo arrasando con poblaciones enteras. Entonces si el paraíso esta en llamas ¿en que se transforma el infierno?; ¿en un parque de diversiones para los turistas americanos? Y que pasaría si el Reino de los Cielos cae sobre nosotros y todo ese odio celestial nos infecta la mente y comenzamos a matarnos los unos a otros en la tierra como en el cielo, y qué pasaría si el paraíso se vuelve tan insoportable que los muertos comienzan a regresar de la muerte para escapar de la crueldad de un lugar que seguramente fue hermos, pero ya no. Entonces, Vicente toma entre sus manos el rosario que colgaba de su cuello, preocupado por la situación de la guerra, y agobiado por las posibilidades casi nulas de paz, baja la cabeza y cierra los ojos. Piensa si con esto de la guerra celestial los gobiernos del mundo comenzarán por matar a los hombres jovenes para hacerse de una vez por todas, con el cielo y la inmortalidad tan añorada...

lunes, 18 de noviembre de 2013

Las ruletas

Es insoportable ver como el mundo tiende a los círculos. Yo lo digo, es muy molesto ir caminando en un día lluvioso y mirar que todo a tu alrededor está compuesto de diminutos y grandes círculos. El neumático de la bicicleta, el balón con el que juegan unos niños al otro lado de la calle en un parque polviento que por la lluvia se ha vuelto lodoso, las esferas del árbol de navidad que ves al pasar por una casa que mantiene una ventana abierta, las manzanas que están en la mesa de esa casa, caminas por cuadras y cuadras y te asombra la variedad de círculos que puedes encontrar en una larga pero simple caminata.

Te detienes por un momento para recobrar el aire y descansar los pies, recargas tu codo en una pared azul que se encuentra cerca de ti, te ensucias el saco negro del elegante traje que portas pero no te importa más, de hecho ya nada te importa, sostienes el paraguas con debilidad hasta que algo dentro de ti te obliga a tirarlo y lo ves volar en círculos a causa del viento que se produce en ese instante. Cierras los ojos y respiras profundamente antes de soltarte de la pared y seguir tu camino.  Metes tus manos a los bolsillos de tu pantalón negro y caminas. Llevas la frente abajo, la lluvia cae por toda tu espalda, por tu cabello y de ahí se escurre hasta empapar tu cara. Vuelves a pensar y los círculos vuelven a tu mente. Se vuelve insoportable pensar en ellos, de vez en cuando haces una cara de disgusto y murmullas tonterías, la gente que pasa a tu alrededor te mira de manera extraña. De pronto golpeas a una mujer con el hombro, alzas la vista, te das cuenta que lleva puestos unos aretes circulares, sacudes la cabeza, vuelves a mirarla, sus miradas chocan, la ves profundamente y te das cuenta que un circulo negro que  esta clavado en un círculo azul que a su vez esta clavado en un círculo blanco conforma sus ojos. Ignoras esto y bajas la vista, omites la sonrisa de la mujer y sigues caminando.

¿Cómo es posible que el todo este compuesto por círculos?, y te pones a repasar: Cuando eras niño la rueda de la fortuna, aquella vez que fuiste a las vegas la ruleta de blanco y negro, de adolescente el aro del condón, de adulto el volante de tu automóvil que durante años has tomado con hastió y golpeado con desesperación. Toda tu vida se resume en formas esféricas  aquella vez en la clase de literatura moderna en la que el profesor te mostró el Ouroboro usado por Nietzsche para representar el eterno retorno, la idea del eterno retorno en sí, el ciclo de la vida, el ciclo del agua, el ciclo de negocios, todo esto te vuelve loco. Te detienes con la luz roja del paradero de automóviles, los observas pasar, van tan rápido que apenas y puedes percibir el olor a gasolina combustionada. La luz está en verde, deja de llover, pero ya te encuentras empapado, cruzas la calle, caminas dos cuadras más, doblas a la derecha, después a la izquierda, derecha de nuevo y te encuentras parado frente a la puerta de un edificio muy viejo. Sacas unas llaves de tu bolsillo izquierdo, metes la llave en la cerradura y das vueltas en círculos hacia la derecha, el seguro sede, abres la puerta, pasas, la cierras a tus espaldas, te diriges al elevador, subes, presionas el número cuatro y las puertas se cierran.

Entras al departamento número treinta y dos. Te quitas el saco mojado y lo cuelgas en el respaldo de una silla, tomas la cajetilla de cigarros que ya te esperaba con ansias en la mesa del comedor. Entras a una habitación muy arreglada, de un cajón sacas un revolver y lo cargas con una sola bala, con la pistola en una mano y el cigarrillo en la otra te sientas en el piso recargando tu espalda en una parte de la cama, le das un golpe al cigarro, y el humo que emana de tu boca lo hace en pequeños aros que se burlan de ti, pero guardas la calma, dejas el revolver en el piso para aflojarte el nudo de la corbata, vuelves a fumar. Recargas la cabeza en el borde de la cama y ves como los círculos de humo se desvanecen en tu habitación, es el colmo que algo que te cause tanto placer ahora te fastidie tanto, pero te das cuenta de algo, aunque piensas que ya no vale la pena pensarlo, apagas en cigarrillo en la alfombra de la habitación y llevas el revolver a tu sien. Escuchas como la ruleta rusa comienza, cierras los ojos, aprietas los dientes, pero el disparo no llega, solo un gran silencio y tu latidos aturdidos retumban por todo el cuarto. Te detienes un momento, quieres reflexionar:

Piensas en la forma redonda del átomo, piensas en el modelo de Bohr, y te das cuenta que alrededor del átomo giran electrones de manera circular. Te imaginas como el átomo crea la vida. Piensas en la tierra, piensas en que esta es redonda como una gran esfera llena de oxigeno, piensas en como la tierra gira sobre su propio eje. Imaginas el sistema solar, por lo tanto piensas en miles de átomos, y en varios planetas que giran en su propio eje formando círculos invisibles, y piensas en que ellos a su vez giran alrededor del sol, y piensas que tal vez todos los sistemas solares del universo giran en torno de una materia infinitamente misteriosa. Piensas que tal vez esa materia misteriosa es Dios. Y te lo imaginas sentado, fumando un cigarrillo, apuntándose con un revolver en la cabeza. Imaginas que el arma de Dios en una galaxia, que va a disparase un mundo, e imaginas que está jugando con nosotros, pues si los mundos son las balas ¿Qué somos nosotros? ¿La pólvora que se consume con el fuego? Piensas que tal vez Dios también está harto de ser y no ser. Piensas en que tú y Dios juegan en este preciso momento a las ruletas, los dos están jalando el gatillo al mismo tiempo, ambos aprietan los dientes, cierran los ojos y fruncen las cejas. Ambos juegan con el otro, con la existencia de sus miserables vidas. Las ruletas giran y giran. 

Entonces mientras acabas de reflexionar la bala atraviesa tu sien haciendo pequeños círculos. Mientras te mueres sonríes porque piensas que tal vez Dios también se ha disparado y todos los átomos, mundos y sistemas solares del universo han estallado en su cabeza. Estas tirado en el piso, pero tu pensamiento aun no muere, y piensas que Dios está tirado en una habitación parecida a esta, con la sangre saliendo de su nuca, con la misma sonrisa que tienes porque las ruletas nunca fueron un juego fácil, porque nunca antes habías ganado. Y entonces sonríes…