sábado, 14 de septiembre de 2013

Narciso

La oscuridad de la habitación estaba interrumpida por una tenue luz roja que provenía del despertador. En el varios números rojos cambiaban con lentitud, dando hasta ahora las 6:45am como resultado. Entre la penumbra, una cama, en ella estaba recostado Narciso, no llevaba playera, su alborotado cabello castaño cubría su rostro, tenía una mano sobre su abdomen y la otra estirada a su costado izquierdo. Su pecho se inflaba a causa de su tranquila respiración. En su rostro se dibujaba una expresión de tranquilidad. Una sábana color verde cubría la parte de debajo de su abdomen, pasaron algunos minutos y una música muy insoportable comenzó a salir del pequeño rectángulo de números rojos.
Narciso se despertó de un sobresalto, estiro sus brazos y pies, dio vueltas sobre la cama, de su boca salían algunos gemidos de placer, su alma terminó de luchar contra su cuerpo y por fin se sentó al filo de la cama. Con una mano frotaba su sien mientras mantenía la mirada en el piso. Dejó pasar no más de un minuto y se paró impulsándose con sus manos. Se dirigió al baño, tomó su cepillo de dientes, le colocó un poco de pasta sabor yerba buena y frotó sus dientes con movimientos uniformes, con la otra mano, que le quedaba libre, se acomodaba los cabellos uno por uno, con una delicadeza enternecedora. Bebió un sorbo de agua y enjuago su boca. Se retiró los calzoncillos, desnudo, recorrió la habitación en busca de un short y una playera. Ya vestido, bajó las escaleras para entrar a la cocina, ahí se preparó una malteada con huevos y un polvo color crema. La bebió por completo sin parpadear, tan solo se escuchaba el ruido que provocaba el líquido bajando por su garganta a montones. Agarró una sudadera que se encontraba en la entrada, la vistió y salió de su casa. Corrió más de cuatro kilómetros hasta el gimnasio que suele visitar. Saludó al sujeto de la entrada del establecimiento que le proporciono una jeringa y un pequeño bote. Narciso entró a los vestidores, preparó la inyección, dejó salir unas cuantas gotas ante su mirada vigilante e introdujo todo el contenido en el muslo de su pierna derecha. De pronto una oleada de emociones golpeo el interior de Narciso, sus pupilas se dilataron, sus ojos se volvieron cristalinos, las venas de sus fornidos brazos de hincharon como serpientes, y un grito de furia salió de lo más profundo de su ser. Se levantó dejando la jeringa en el suelo, golpeó con furia los casilleros y salió como una locomotora. Mientras cargaba pesas su mirada estaba fija en el espejo, le encanta ver como sus bíceps se inflaban con cada repetición, le gusta sentir ese ardor en sus pectorales y ese temblor en sus piernas que le indican que todo el trabajo no ha sido en vano. Pero sobre todos los dolores musculares, lo que más le gusta es mirarse en el espejo para tratar de convencerse que no es tan flaco como él mismo piensa, que sus abdominales están perfectos, que sus tríceps no se encuentran flácidos, pero del otro lado, en el mundo tras el espejo nada es como lo pintan.
Por más que Narciso ejercita su cuerpo el espejo sigue brindándole la misma imagen de adolescente; débil, de baja estatura, lleno de acné… Narciso no soporta esa imagen y cada día se esfuerza más, hasta tal punto que ya varias veces muchos de sus músculos se han desgarrado, y unos han quedado inservibles. Después de más de dos horas de entrenamiento Narciso se retira del gimnasio y corre otros cuatro kilómetros para regresar a su casa, en donde va a comerse medio kilo de pollo y medio kilo de verduras, acompañado de dos litros de agua y un coctel de aminoácidos. Esta es la rutina diaria de Narciso…

De nuevo la misma oscuridad interrumpida por los mismos números rojos, pareciera que Narciso vive atrapado en el mismo tiempo, en su vida nada cambia: siempre el mismo sol, los mismos cuatro kilómetros, la misma malteada por la mañana, la misma sustancia que entra por su pierna y altera su cuerpo, la misma vigorexia, y lo que más le molesta; el mismo reflejo que desde el otro lado del espejo le deja ver su desdicha con una perfecta sonrisa. Pasan los minutos, el timbre del despertador suena, Narciso lo calla de un solo golpe, se pará  sin dificultad de la cama, de nuevo se dirige al baño, prendé las luces y se queda inmóvil ante la aparición de su reflejo. Él le sonríe como siempre, Narciso no mueve ningún musculo, y de pronto una furia le atraviesa los sesos, golpea tan fuerte el espejo que varios pedazos de cristal salen volando por todo el baño, la sangre recorre su antebrazo y justo en el codo se condensa para caer al piso en pequeñas gotas. El ruido que estas provocan al estrellarse y formar una corona perfecta en el piso enloquece a Narciso.

En su lucida locura tomó un cuchillo con el que mutilo cada uno de sus músculos. Volvió a mirarse en el espejo, esta vez en uno que se encontraba colgado en la sala de la casa. Por fin el reflejo era satisfactorio, sus grandes bíceps lucían como dos montañas, y que decir de sus pectorales o su abdomen, su apariencia era parecida al hombre de Vitrubio; Perfecto. Y esa perfección quedó para siempre atrapada en el espejo, como Narciso aquella vez que se miró en ese charco de agua, así quedo nuestro Narciso de la Vega, atrapado para siempre en su perfecta belleza, en su sublime muerte…

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