sábado, 7 de septiembre de 2013

De los olvidos y de los encuentros, y algunos recuerdos



Entre el bullicio de las calles me he puesto a recordarte, y de pronto una sensación, parecida a la muerte, me recorrió de arriba abajo al darme cuenta de que ya no podía recordarte. Nunca pensé que mi memoria fuera a olvidar el color de tus ojos, la suavidad de tu piel, el olor de tu cabello, la blancura de tu sonrisa, la simpleza de tu risa. Pero pasó lo imposible; te olvide. Supongo que así es el olvido, quiero pensar que desde que tu mano y mi mano se tocaron por primera vez; ya estábamos destinados a ser olvido, recuerdos impregnados en el libro de la perpetua ausencia, desde siempre y para siempre, fuimos y seremos nada. Nacimos para olvidarnos, para solo tener un vago recuerdo de nuestra existencia. El olvido es una persona, mujer preferiblemente. Los recuerdos son quimeras malabaristas que caminan por la delgada cuerda de la razón, sin recuerdos seríamos apenas un cuerpo vacío, sin amor ni cuerpo ni vacío, pero sin olvido, si el olvido no existiera, habría más cementerios que cines, más funerarias que florerías.

El amor se mide en olvidos, los recuerdos en nostalgias, las ausencias en suicidios, y los encuentros en destinos. Si Dios pudo olvidar a los hombres, no me explico esta sensación tortuosa que siento al saber que ya te he olvidado. Ya estoy harto de las lágrimas que manchan mi almohada, que me ahogan los ojos, que me destiñen el alma. Harto de aprisionar tu recuerdo entre mis dedos, de encerrarte en una hoja de papel entre los barrotes de mis versos; y es que la memoria la tengo en las manos, en los dedos que recorrieron más de una vez tu espalda. Las manos de un poeta son su memoria, su olvido y su encuentro con uno mismo. Es cierto; el olvido no existe, también es verdad que el olvido está lleno de memoria, pero los recuerdos se diluyen entre fuentes y fuentes de tristeza. Ya no te recuerdo, aun no te olvido.

Después del olvido viene la soledad, después de la soledad vienen los encuentros. Por fin la encontré, lo hice un día cualquiera, uno en el que me levante con pesadez, un día en el que hacía mucho frío. La encontré con el cabello corto, la nariz redonda, con los ojos llenos de esperanza, la encontré fuerte, orgullosa, risueña. Digamos que la encontré como debía encontrarla; no perfecta, pero esa no perfección era la que la hacía mejor a la mujer perfecta; la hacía real. Y aunque tal vez llegué el día en que tendremos que olvidarnos, en el que tendremos que marcharnos lejos, en el que nos encontremos con alguien más que no sea ella, que no sea yo. Aunque llegue el día en que no pueda recordarla, en el que la soledad me aprisioné, siempre en medio de su ausencia, ahí donde el olvido tiene memoria, donde la soledad tiene compañía, ahí voy a sentarme a recordarla.


Y cada vez que la superstición me asalta mi único deseo es que vos no me olvides, que me recuerdes algún día cualquiera en el que haga mucho frío. Porque entre los olvidos, los encuentros y algunos recuerdos siempre estaré yo, tal vez bañado en lágrimas, tal vez ya muy viejo, tal vez ya loco, tal vez ya muerto, pero estaré…y estaré tratando de no olvidarte y aunque el demasiado tarde me alcancé, estaré esperándote. 

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