viernes, 2 de agosto de 2013

Finalmente

Finalmente, después de pensarte durante unos minutos. Decidí dejar de mecerme en la silla de mi abuela, pararme, mostrarme frente al espejo de marco de plata. Mirarme por primera vez desde tu partida, y mirarme enserio, no como los demás intentos en los que cerraba los ojos por miedo de poderte encontrar en ese reflejo. Sí bien dejaste una pequeña parte de ti. Como dice la gente cuando me ve, dicen que pareciera que camino de tu mano, que hablo a solas en las horas más concurridas de la plaza. Dicen, dicen, aunque nunca me he dado cuenta de ello, que de vez en cuando me pongo a pronunciar tu nombre en vez del salmo del día. Finalmente quise comprobarlo, y sí. Estabas tú en mi reflejo, ciertamente era yo quien estaba ahí, pero se sentía como si fueras tú la del espejo. Le propine un golpe a la silueta que se dibujaba en ese pequeño pedazo donde existías. Los pedacitos cayeron al piso, el ruido era como tu voz diciendo: te quiero. Todo esto lo hice para tener mala suerte durante siete años. Para que nos encontremos, aunque sea como por mala suerte.

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